—¡Suéltanos! —gritó Gordalete, atada junto a Manzanilla y el resto de aceitunas.
—Me temo que eso es imposible —dijo la sombra—. Vuestra pequeña aventura termina aquí.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Manzanilla.
—Porque el olivo representa todo lo que detesto: la virtud, la esperanza, la tradición. Yo soy el Olvido y voy a demostrar al mundo que no hay nadie tan poderoso como yo. Ni siquiera esa estúpida Naturaleza.
—¿El Olvido?
—Así es. Y gracias a mis aceitunas contaminadas la gente acabará olvidando para siempre cuál es el verdadero sabor de la aceituna. Acabando con vosotras, las elegidas, nadie creerá que merezca la pena cuidar a los olivos y éstos caerán en el olvido, como todas vosotras. Como también la Naturaleza lo acabará haciendo.
—¡Eso no ocurrirá nunca! —gritó Manzanilla indignada.
—¿Quién lo va impedir? ¿Vosotras?
En ese instante escucharon un rumor, un zumbido, que iba creciendo. Se acercaba rápidamente, parecía el rugir de una marea, una estampida. Antes de que el Olvido pudiera reaccionar, irrumpieron en la fábrica miles de aceitunas dirigidas valientemente por una liebre.
—¡Ecija! —exclamaron al unísono Gordalete y Manzanilla.
—Ya os dije que vendría. Pero tenía que recoger antes a unas amigas.
Con ella venían aceitunas negras, moradas, con motas, aliñadas, rotas, con un pimiento en la boca o incluso con una almendra. Eran las aceitunas de Olivia y también las que no habían llegado a La Estación. Se habían unido a Écija para salvar no sólo a Gordalete y Manzanilla sino también a todas las aceitunas y olivos de Sevilla.
Pero, ¿era posible? ¿Cómo vencer al Olvido?
