A Gonzalo y Alba les encantaba visitar a su abuelo. Los llevaba a ver los olivos, a abrir llaves misteriosas, que hacían que el agua corriera por serpientes de goma, y les metía aceitunas en los bolsillos. Gonzalo, fascinado por la redondez, y por el color tan verde y brillante de las aceitunas, siempre se las quería comer. Pero el abuelo le detenía diciendo: “No, Gonzalo. Todavía no. Las aceitunas os dirán cuándo es el tiempo de coméroslas”.
—¿Las aceitunas? —preguntó un día Alba. —¿Eso cómo va a ser, abuelo?
El abuelo los miró con una sonrisa amable y les dijo, apuntando a la sombra de un olivo:
—Sentaos ahí. Os voy a contar una historia que no os he contado nunca. Un secreto: EL SECRETO DE LAS ACEITUNAS.
Hace muchos años, nacieron dos aceitunas muy especiales: una de un olivo gordal y la otra de un manzanillo. Eran dos aceitunas felices, crecían acompañadas de sus amigos y su familia, jugando en las ramas bajo la lluvia o balanceándose con el viento. Una noche, mientras el resto de aceitunas dormía, cayeron al suelo. Confundidas, se acercaron la una a la otra, preguntándose qué había ocurrido. En ese momento, una liebre llegó corriendo y les dijo:
—Amigas, necesitamos vuestra ayuda. Algo le está pasando a los agricultores. Se les ha ido la ilusión y los olivos están muriendo. Sois las únicas que podéis ayudarnos.
—¿Nosotras? ¿Por qué nosotras?
—Porque sois las elegidas: sois Gordalete y Manzanilla.